Alekz Aguila

Cinco semanas han pasado desde que me mudé a La Paz, esa ciudad a la que tanto añoraba llegar a vivir desde que era un adolescente y comenzaba a establecer lazos emocionales con su territorio y habitantes. Desde que tengo uso de razón, visitar la Baja era una experiencia de suma alegría; la casa de mi bisabuela, ubicada a una cuadra del malecón, me permitía estar en constante contacto con el azul más valioso de la bahía: el azul del mar. Además, mi familia siempre ha sido ávida de disfrutar los espacios que la naturaleza ha ido forjando a lo largo de los milenios y me enseñaron lo valioso que es el cuidado de los mismos.

Corrían apenas unos días de haber llegado aquí, y me encontré con algo que para mi vida en Guadalajara era completamente ajeno: el tandeo. Ese que para mí era un mito del cual conocía su existencia en muchas partes del país, pero que nunca había enfrentado cara a cara. Me dijeron que con regularidad el agua caía al depósito un día sí y un día no, pero que de unos meses para acá ese vaivén había perdido su regularidad y ahora es impredecible saber cuántos días pueden pasar hasta que vuelva a sonar el tinaco llenándose.

Estaría de más intentar describir la problemática que viven decenas de colonias de esta ciudad, cuando ha dejado de sorprender este  deficiente sistema de distribución que muchxs lectorxs ya viven en carne propia. Pero sí vale la pena abordar qué es lo que pasa con la política pública para el agua en este estado, centrando la gravísima problemática a la ciudad de La Paz.

De acuerdo a los datos que publica el Consejo Estatal del Agua de BCS, el 54% de los acuíferos del estado están sobreexplotados, lo que quiere decir que se les extrae más agua de la que se infiltra a los mismos; el que abastece a esta ciudad es uno de ellos. Y hay que tener en cuenta que los métodos de estimación de disponibilidad hídrica son obsoletos y no tienen una metodología que demuestre que sus datos sean reales; nuevos teóricos insisten en que los valores reales pueden ser una caja de pandora con la actual división de los ‘acuíferos’ en este país.

Y como para cada una de las administraciones que han pasado por los edificios que dictan la gobernanza del estado y municipios, durante este último mes se ha abordado una propuesta que, dicen los que ostentan el poder, por fin pondrá alto a la explotación sin control del acuífero. El alcalde Rubén Muñoz, anunció que su gobierno iniciará con los estudios técnicos para la puesta en marcha de una planta desalinizadora que haga contrapeso en la balanza de una ciudad que recibe el 20% de la media nacional en cuanto a precipitación de agua.

La idea per se no es tan descabellada si tomamos en cuenta que la intrusión salina del manto freático de la ciudad -del cual se realiza la extracción que llega hasta nuestros grifos- alcanza a la Colonia Bellavista (casi 4km desde la costa), sin embargo, sería una gravísima irresponsabilidad que dicho proyecto se ponga en marcha sin antes contestar a una pregunta medular:

¿REALMENTE PARA QUIÉN ES ESTA AGUA?

Es importantísimo definir cuáles son los alcances e intereses de echar a andar un método de “limpieza de agua” que tiene un costo energético altísimo, y más para una ciudad que sigue dependiendo del combustóleo para el funcionamiento de una planta termoeléctrica que cada día emite decenas de contaminantes que están deteriorando la salud de la población paceña.

Se debe de pensar en un ordenamiento estratégico del territorio y la urbanización de La Paz, ya que la única forma en que una desalinizadora pueda ser exitosa en esta ciudad, es si realmente disminuye la explotación actual del acuífero y éste se deja intacto para que la infiltración por precipitaciones reanude su capacidad de extracción a posteriori. Sin embargo, pensar que acuífero y planta pueden convivir de manera paralela para solventar las actuales necesidades de una mancha urbana que crece sin planeación alguna, es una simple ocurrencia. Peor aún sería imaginar que esta agua caiga en manos de los voraces hoteleros que ya tanto impacto negativo causan a la bahía.

Urge contar con un gobierno a la altura que propicie las condiciones de ahorro del líquido vital, que se preocupe por concientizar a sus gobernados sobre el cuidado del mismo y que promueva tecnologías de reducción de consumo  y métodos de infiltración urbana antes de pensar en seguir explotando al mal llamado recurso natural.

Es por ello que este texto es un llamado a la lucha, ya que si queremos asegurar un futuro en que el recurso hídrico siga siendo disponible para las generaciones venideras, es mandatorio el organizarnos como sociedad activa para exigir a nuestros gobernantes que exista una verdadera gestión integral del agua y con visión de largo plazo para cortar de tajo con las decisiones electoreras que solo benefician a quienes buscan u ostentan cargos públicos.

Si estamos esperando a que la solución a esta problemática surja desde las oficinas de las autoridades, estamos equivocadxs. Debemos acabar con la política de la tertulia y sobremesa, es necesario echar manos a la obra e involucrarnos en las batallas sociales para alzar la voz por nosotrxs y por quienes no la tienen. Reflexionemos hasta qué horizontes nos hemos inmiscuido en la política de nuestra realidad y hagamos que un cambio sea posible, aun si esto requiere de un paradigma distinto en la forma en que nos relacionamos con nuestro territorio más próximo: la cuadra. Tal vez de esa manera nos demos cuenta de que la percepción de los problemas es común, y que si avanzamos en grupo, logremos regresar el mote con que mi bisabuelo llamaba con tanto amor al Puerto de Ilusión.

ALEKZ AGUILA: Errante activista varado en La Paz que filosofa mientras camina. Impulsor de la sostenibilidad de las ciudades junto a BCSicletos y permanente aprendiz de la política con Es Posible. Tuitea desde @alekzaguila