La locura en el individuo es un caso raro, mientras que en la masa es la norma, así lo expresaba Nietzsche. De esta manera, se consideraba al grupo como un ente orgánico, impulsivo, irritable y violento, incluso Freud así lo creía. Sobre esta sentencia, nuestra actualidad ha dedicado sus esfuerzos en poner encima del individuo una serie de problemas a resolver, pero a su vez lo ha empujado a sobrecargar sus energías. Esta sobrecarga sucede por la necesidad imperiosa de actualizar sus herramientas para asistirse, sobre todo por la alta demanda que éste mismo se exige en el día a día. Lo anterior no sucedió de la noche a la mañana, fue parte de una transición histórica, cuando el mundo del trabajo pasó de ser un mundo poblado de trabajadores paupérrimos -y en el mejor de los casos “organizados”- a un entorno de emprendedores precarizados -o en su defecto “líderes del mañana”.

Sin embargo, hoy en día se considera al individuo como un sujeto ansioso, estresado, depresivo, autoexigido y “freelancero”. Por esta razón, más que nunca ocupamos de psicólogos y de terapías. Este sujeto de “perpetuo” rendimiento, se “positiva” a sí mismo utilizando frases sugerentes; “no te des por vencido”, “no dejes que tus sueños se conviertan en pesadillas”, “entrega más de lo que esperan de ti”, “nuestra mayor debilidad radica en renunciar, la forma más segura de tener éxito es intentarlo una y otra vez” -y un largo número de ellas- las cuales al final se convierten en una violencia oculta contra sí mismo, en un signo de su propia explotación.

De hecho, estas frases a pesar de ser muy positivas, son en realidad una negación. Son lo que los psicólogos denominan “coping” de realidad. Es decir, para no enfrentar nuestros problemas esenciales producimos un tipo especial pensamientos para negar y aliviar la activación del estrés. Con ello nos “liberamos” de la ansiedad o del agobio, en lugar de cambiar el evento que lo provoca. Es decir, si tenemos tres o cuatro trabajos o una empresa asfixiada en impuestos -mientras las que más facturan no pagan-, en lugar de cambiar el “marco” legal, el líder contemporáneo se positiva a sí mismo, enfoca el problema radicalmente en él y hace a un lado, fuera de toda observación, los problemas estructurales de la sociedad.

Este tipo de pensamientos, de frases “pre-fabricadas” modifican nuestras reacciones en lugar de cambiar los eventos estresantes o las circunstancias históricas. En eso consiste el “coping”. De hecho, el “coucheo”, el entrenamiento ejecutivo, las conferencias neuroeducativas, los diplomados de organización neural, etcétera, ayudan a encaminarnos de regreso por la misma ruta y actualizar nuestra sensación de bienestar, sin tomar en cuenta el fundamento del problema. Es decir, nos llevan al mismo lugar donde nos “intoxicamos”, haciéndonos empezar de nuevo, sin perturbar en lo mínimo el régimen de las estructuras sociales, económicas y políticas, las cuales -no está de más mencionarlo- afectan a todos. En ultima consecuencia, la seudo-filosofía del emprendedor impide la organización social con propósitos de cambio político.

Conceptos como el de resiliencia, entre sus múltiples definiciones, es la recomposición y la adaptación a situaciones y momentos de crisis o estrés. Pero en términos de la competitividad y el éxito personal, la resiliencia no podría impulsar ninguna revolución de “emprendedores”, solo podría reencauzarlos a su confinamiento individual y a su trabajo.

Nuestras redes sociales están sumergidas en este tipo de comunicaciones positivas. Este espacio -el de las redes sociales- es aún más autorreferente e “hiperindividualizado” que el mundo fuera de ellas. Iremos por partes, primero, el “mundo de la conciencia”, es decir, el mundo donde nos relacionamos cara a cara y hombro a hombro. Después pasaremos al “mundo del internet”, el mundo entre el yo y los datos que éste produce. Veamos.

Si voy a un café orgánico -por ejemplo-, el aromatizante del lugar será de bosque, el mobiliario rustico, el café libre de zonas de cultivo industrial o de zonas de guerra y con música “lounge”. Es decir, deliberadamente nuestro entorno es profundamente psicológico ya que busca conmovernos a través de la escenificación de nuestros sentidos. Este entorno tan acuciante está construido sencillamente para normalizar el consumo masivo, ya no solo de productos esenciales o necesarios, sino también de experiencias, es decir, se busca la estimulación perpetua de nuestras emociones y de nuestra psique para mejorar nuestro estado de compra. De ahí, que el bienestar psicológico se ha convertido en una pasión de masas. No importa al lugar que vaya, yo tengo que sentir bien, a gusto y en confort.

Ahora bien, aparte de ser un “habitad” psicológizante, de bienestar para mis sentidos y de acuerdo a mis deseos, es a su vez segmentado. Es lo que el marketing contemporáneo suele denominarse como segmentación de mercado. Es decir, lo mismo tenemos a nuestra disposición café de Etiopia como de Guatemala, de Brasil o de Colombia; de diferentes marcas, olores y sabores. Lo mismo sucede con la ropa, con los autos, los zapatos, existen en muchos estilos. Con la religión también sucede, da lo mismo portar un rosario, como un tatuaje hindú, budista o ideogramas chinos, incluso al mismo tiempo. Lugares tan íntimos como nuestra fe religiosa o el sexo no dejan de sustraerse a este mismo ámbito, y precisamente por ello, nuestra sociedad de consumo ha dejado de ser una sociedad de consumo y de mercado sin más. Ahora en la actualidad nos hemos convertido en una sociedad de mercado del alma.

De esta manera, la fe cristiana, católica romana, protestante se combina con la presdigitación de la lectura de cartas, con la meditación budista, con la aromaterapia oriental, con el feng shui de Maria Kondo o con la emblemática del zen japones. El “stock” del alma se abre y se segmenta para un sujeto que valora el interés de consumo según sus deseos y según su propia pasión. Este sujeto “hiperindividualizado” con un entorno social fragmentado, cree que es libre ya que su elección -en teoría- se encuentra sujeta a su convicción, sin dar cuenta, de que no es su elección la que se proyecta en el mundo, sino que es el mercado el que las orienta, las condiciona y las transforma, todo para explotarlo en el espacio mismo de su propia alma. Es decir, el mercado del alma explota nuestra psique, configura nuestros deseos y reorganiza nuestras emociones.

El mercado del alma nos reorganiza desde dentro, desde nuestro interior.  De ahí, una vez que se ha colmado un deseo, podemos elegir otra cosa, otra experiencia y reiniciar el juego ¿Quién podría “sentirse” mal en una camioneta del año, conduciendo un Mercedes o comprando pan libre de gluten? Cada cosa que compramos está sujeta a una enajenación emocional.

Con el sexo pasa igual. Para la psicología, la sexualidad es una representación de nuestra psique, de nuestra alma. Lo que atañe al sexo, atañe al alma. Por tomar un ejemplo, la pornografía en internet registra uno de los más altos índices de búsqueda a nivel global. La pornografía hoy día, parece tener la función de homogenizar y de igualar el placer. Se ha roto la relación entre placer y erotismo. El “capitalismo del alma” no conoce otra relación entre placer y sexo más que el de la explotación. Quien busca en una página “porno” se sujeta a la hiper-segmentación del placer: milf, swingers, lesbian, celebratys, etcétera. Por lo tanto, lo ofertado aquí es ya una experiencia y un producto al mismo tiempo: el intento de colmar un deseo y de dominar una emoción. Esto sucede, mientras el sitio se retroalimenta con la reproducción del video seleccionado, se crea un circuito cerrado -en todo caso autorreferente- entre lo que la “pantalla” nos da y nos quita -a manera de datos- y lo que cada uno quiere, toma, compara y selecciona. Hay una experiencia para cada uno de nosotros.

Quizás por estas y otras razones en tiempos del coronavirus, el amor lo hemos convertido en una serie de excitaciones sin consecuencias, sin pathos (dolor y sufrimiento). Hemos convertido el amor en un esquema de bienestar emocional, un compromiso con nuestros gustos y una demanda exclusiva de nuestros deseos. Y justo cuando no es así, nos desplazamos al asilamiento y al confinamiento personal, al amor propio.

De ahí, que en el “mundo de internet” las relaciones entre sujetos se dan sin acercamiento. Por lo tanto, el acercamiento y la presencia de nuestra conciencia con otra conciencia, el cara a cara, el hombro a hombro que tanto conocemos, se hace innecesaria. Las relaciones del “mundo de internet”, son las relaciones entre el yo y su pantalla; es decir es estrictamente asimétrica ya que nuestra relación es con la información y la comunicación. Es una relación entre datos. Como consecuencia de esto, dejan de empatizar el yo y el otro, ya que el amor erótico se pierde sin la caricia y el dolor. La caricia y el dolor dejan de existir cuando sólo tenemos contacto con la pantalla. Así, la “pantalla” nos proporciona solo lo que queremos y lo que deseamos, es una relación radicalmente individual, es una relación entre el yo y sus datos.

De este modo, el yo nutre con los elementos más íntimos de su psique, cada una de sus aplicaciones digitales y éstas, le ofertan el producto que tanto demanda para sí mismo. Por citar un último ejemplo, el contrato de privacidad de la mayoría de las empresas de servicios de comunicación por internet, suscriben la posibilidad de recabar datos de audio, de imagen y de video aun cuando el smartphone se encuentra bloqueado y aun cuando no estemos usando las aplicaciones en cuestión. De esta manera la “pantalla” se retroalimenta de nuestros gustos, de nuestros deseos y de nuestras más íntimas pasiones. El “conócete a ti mismo” socrático ya no es un principio ético y psicológico de nuestra conciencia, sino una ejecución y una actualización de nuestra información y de nuestro smartphone.

A diferencia de lo que pensaba Nietzsche y Freud, quizás hoy la locura ya no se encuentra en la masa, sino en un individuo muy particular. Un individuo que se ha fragmentado dentro de sí y que se ha desdoblado en un digito.